Nuevo hito en nuestro relato sensible de las entidades y servicios que nos acompañen en nuestra travesía por el barrio. Valle nos acerca esta vez al Casal Infantil
Entramos en el Casal Infantil y, trabajando en los últimos detalles de la Rua de Carnestoltes, nos encontramos con Xènia y Jacobo, que forman parte del equipo educativo del Casal. Xènia será la que me dedique un ratín de su tiempo para explicarme como funcionan y en qué consiste la asociación.
Nace en los años ochenta, a raíz de una acampada llevada a cabo por parte de un grupo de padres y madres, en el solar que hoy ocupa el Casal. Ellos entendían como una de las carencias principales del barrio, la existencia de este espacio para los niños y niñas en el tiempo de libre. Esto respondía a la necesidad de la conciliación familiar en el tiempo de ocio de los niños y niñas, a quienes buscaban alejar de la calle, de los conflictos existentes en el barrio en ese momento.
Tras diversas protestas, se comienza a dinamizar el que sería un servicio público, hasta que poco tiempo después de su abertura, se le pide a la propia asociación que gestione el proyecto, que será, y sigue siendo, financiado en su mayoría, por la Generalitat.
Eso si, en la actualidad se paga una cuota por familia, que va desde los 25 euros por un niño o niña, hasta 33 por más de dos niños y niñas. Esto es sólo una ayuda simbólica a la cobertura de los costes del espacio y actividades que allí se realizan, me comenta, “sirve también como una vía de compromiso y valoración del proyecto por parte de las familias”.
Existen, para las familias que realmente no pueden asumir dichos costes, unas becas que provienen de la Programa Social ProInfancia de La Caixa, que buscan cubrir la necesidad de un chaval admitido en el servicio, pero que no es capaz de asumir los costes del mismo.
Son seis educadores para un total de setenta niños, divididos en tres grupos: infantil, pequeños y medianos, que van desde P3 hasta 6º de Primaria, es decir, de los tres a los doce años. Cada uno de ellos procede de un campo diferente, pero todos tienen algo en común, el modelo de educación que quieren trabajar con sus chavales.
Como requisitos se piden, estar en el rango de edad permitido, dándole prioridad a los casos que se derivan desde los Servicios Sociales y EAIA, con los que se mantiene una coordinación continuada. Cuenta también, si es para comenzar a mitad de curso, el orden en la lista de espera, que viene aumentande desde el curso 2012/13, con más de 140 chavales esperando.
Me comenta Xenia que este es uno de los principales problemas que tienen, dar respuesta a la gran demanda de plazas. En este momento, se está trabajando en red, desde la Comisión de Cobertura de técnica dell PEB La Mina, del PESAB (Plan Educativo de Sant Adriá del Besòs), para reorganizar o crear proyectos para tratar de solventar esta problemática.
Trabajan con el juego como base, y como excusa del proyecto educativo. Durante el curso, y recopilándolo al final, se recogen una serie de necesidades que se detectan en la forma de trabajo o en el método utilizado, para mejorar la calidad educativa que la asociación oferta. A partir de ahí, y antes de comenzar el curso, los educadores se marcan una serie de objetivos, generales y específicos, para realizar la programación trimestral, que al final será revisada y replanteada.
En base a esto, y a las inquietudes e intereses del grupo de chavales con el que se trabaje, se plantean unos centros de intererés motivadores, que ambientaran gran parte de las actividades realizadas durante este tiempo.
Los chavales cuentan también con una asamblea, cada grupo la suya, que dinamizan y dirigen ellos mismos y donde, con los educadores presentes, trabajan diversos temas, como la resolución de conflictos, la ubicación espacio-temporal (trabajando los días de la semana, meses,…), e idiomas.
Organizan también un Casal d’Estiu, que abren no sólo a los chavales con los que trabajan todo el año, sino también a todo aquel que quiera participar y jugar con ellos unos días.
Cuentan también, con un cuestionario de satisfacción que reparten, entre niños, familias y profesionales externos, entre el final de curso y el Casal d’Estiu, para conocer las opiniones externas sobre su labor, y poder realizar mejor los cambios de funcionamiento o de planteamiento de las cosas.
Estos colaboradores externos, son los profesionales con los que se coordinan a lo largo del curso, ya que tienen chavales o familias en común.
Actualmente, la asociación tiene convenio con la carrera de Educación Social de la UB y de la UOC para realizar prácticas en el Casal, aunque en estos momentos sólo hay una estudiante en prácticas. También existe la posibilidad de hacer voluntariado con los niños, aunque en ocasiones puntuales. Ahora mismo, están trabajando en un nuevo Plan de Voluntariado para la asociación.
Hablamos también sobre la remodelación del muro. Me cuenta que el edificio, propiedad de la Generalitat, tenía bastantes problemas de mantenimiento, como por ejemplo el muro de cemento que rodeaba el edificio, “se caía a trozos literalmente, y la gente lo utilizaba casi de papelera, ya que la basura luego no se veía desde fuera.Impedía que desde fuera se viese lo que hacíamos aquí, la relación del centro con el entorno”. Por ese motivo, y por diversos caminos, promovieron y consiguieron cambiarlo por una valla que permite visibilizar el espacio del patio, así como el trabajo que allí se realiza.
Para Xenia, la principal potencialidad del barrio, es la riqueza cultural y personal con la que cuenta, y que debería potenciarse mucho más.
Y como principal problema observado en el entorno, además de la crisis económica en la que está sumergido, que limita la calidad de vida en el mismo; el miedo a salir fuera.
Dice observar, en las excursiones que organizan tanto para las familias como para los chavales, que se ponen más límites ellos mismos, la etiqueta en la cabeza, que lo que se produce desde fuera, y que normalmente suele haber mucho desconcierto y problemas de última hora, aunque finalmente, se vean en la necesidad de alquilar más autobuses, abrir a más plazas de las que esperaban en un inicio, y conseguir juntar a 150 personas en el Tibidabo para comer un fin de semana, pasar una tarde en buena compañía y en un ambiente diferente para variar.