Tuve que buscar en Google Maps para activar el recuerdo. Cuando me pidieron escribir sobre mi relación con el barrio primero pensé que lo había mirado siempre de lejos, pero entonces me vinieron a la cabeza aquellos partidos de baloncesto épicos. Me traslado a principios de los noventa. Debe ser 1990 o 1991, esa temporada. Busco una pista de cemento donde jugué varias veces. A los 10 años empecé a jugar, lo hice durante veinte, nada profesional, liga de Badalona y alrededores. En aquella liga casi siempre éramos los mismos. La Mina era el único equipo de Sant Adrià con el que nos enfrentábamos un año sí y otro también. Éramos los dos equipos que peor fama tenían en la liga, los marrulleros. Nos conocíamos, el equipo de La Mina tenía un par o tres de buenos jugadores que habían echado de otros equipos por mal comportamiento. No recuerdo los nombres, pero sí el pelucón rizado de uno de ellos y las Nike Jordan I de otro. Yo era el que defendía a caraperro en mi equipo, el que se encargaba de secar al rival con una defensa presionante, así que era el que se encargaba de ellos. Jugar en su pista suponía una presión añadida. Aunque recuerdo perfectamente cómo era, no recuerdo exactamente donde estaba. Nos bajábamos del metro en Besòs o Besòs Mar y desde allí estábamos a cinco minutos andando. Había también un campo de fútbol, de tierra, entonces todos eran de tierra. Intento localizarlo ahora. Por el recorrido que hacíamos desde el metro podría ser una pista ¿abandonada? que veo en la confluencia de las calles Lluis Borrasà y Sant Ramon de Penyafort. Otra posibilidad que barajo es que aquella pista se encontrara en el actual Polideportivo Municipal del Besòs. Marco las dos opciones en la foto. Aunque también puede que aquella pista de cemento haya desaparecido. Me gusta la opción uno. Me gusta la ruina. 

 

A nosotros nos gustaba jugar allí. Era como una especie de derby en el que dominaba el savoir faire de las mejores canchas de la periferia. Con sus empujones, codazos y demás lances del juego. Mi nariz torcida y algún diente que no está en su sitio son resultado de esos partidos. La presión en la pista la ponía el público. El brazo se hacía pequeño cuando oías “como metas el triple te rajo” y otras lindezas por el estilo.

 

No sé qué habrá sido de los jugadores de aquel equipo, tampoco sé qué ha sido de los que jugaban en el mío. Entonces nos llamábamos Aifell’s, un nombre muy bonito que ponía nuestro barrio de procedencia del revés. Los años están borrosos, pero una de aquellas temporadas ganamos todos los partidos. Contra La Mina hice una de las mejores anotaciones personales de mi carrera baloncestística, todavía se recuerda en casa. Han pasado muchos años desde aquello, los escenarios y la épica han cambiado. Dejé de jugar cuando mi cabeza iba más rápida que el cuerpo, ahora es tan sólo un grato recuerdo, pero conservo la nariz y el diente torcidos.